La nueva normalidad se había establecido, el flujo de personas en la calle aumentó considerablemente. La distancia entre los cuerpos se mantenía; la protesta retomó la ciudad con mensajes de inconformidad.
10 de junio. Protesta por los derechos de la mujer. Plaza de las luces
El tapabocas salió a la pasarela.
Se convirtió rápidamente en una prenda de moda.
Los marcadores de clase ahora servían también
para protegerse del virus.
Era el adminículo más apetecido, el más buscado y ofrecido en las calles.
Los había de superhéroes, de marcas afamadas, con piedras incrustadas, de equipos de fútbol.
Eran nuestros nuevos rostros.
La gramática de la bioseguridad pobló los
espacios a manera de señales. Letreros, avisos,
palabras y huellas pintadas en la calle y las
paredes proliferaron a la vista en los
comercios y los espacios públicos para evitar
el fin del mundo.
Los ánimos estaban caldeados y el encierro alargado hizo que los cuerpos reaccionaran con potencia, también con ímpetu, ante las noticias de violencia policial que llegaban desde Bogotá. El virus parecía desaparecer por momentos, pero persistía en la ciudad.
Nadie hasta ahora
”ha determinado“
lo que puede un cuerpo.
Spinoza
El futuro salió golpeado por la pandemia, sus
heridas y moretones todavía se perciben
regados en la ciudad. El virus nos cambió los
mecanismos de nuestra naturaleza.
La diversidad desfiló por las calles que se transformaron en pasarelas. Los colores de la bandera LGBTIQ ondeaban con su habitual alegría y desparpajo. La ciudad respiró, al menos por un momento, un aire distinto colmado de hilaridad y soltura.

(Mes de la Diversidad / Día del Orgullo LGBTIQ: “¡En Medellín se siente la diversidad!”)
La reapertura de algunos colegios de la ciudad dio un respiro, sobretodo a los más pequeños, del largo confinamiento. Regresar al aula, a los compañeros y compañeras, a la posibilidad de compartir en un espacio común significó un cambio importante respecto a las clases virtuales.
Como en una comparsa el circo callejero alegró a los confinados que, desde sus ventanas, como si estuvieran en la silla de un teatro, aplaudieron las piruetas, las maromas y los trucos de quienes por un momento hicieron el encierro menos tedioso.
Ocultos en un parqueadero los niños con sus padres celebraron el día de los disfraces. Ese fin de semana se decretó toque de queda para los menores, por lo que no podrían continuar la tradición de pedir dulces casa por casa. La fiesta fue su manera de mitigar las dificultades por las que atravesamos.
Si el cuerpo se queda quieto, sentando frente a las pantallas, se ataruga. El confinamiento nos ha hecho aquietarnos, nos reduce a la dimensión de nuestras casas. El baile y la danza son una manera de resistir, de revelarse ante la premisa que nos ofrece la soledad del encierro. Cuando un cuerpo baila hay vitalidad, el lenguaje del cuerpo abre las posibilidades de relacionarnos con lo otro, pese a las adversidades.
El 8 de noviembre, la corporación cultural Nuestra Gente acompañada de la Orquesta Filarmónica de Medellín y el colectivo Crew Peligrosos pusieron en marcha el proyecto: Sinaí. Sonata para una vida digna, como una forma de reconocer a la población de este sector.
Se arrienda el futuro...